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Hidrógeno: una falsa solución

A escala global y en América Latina se ha instalado una verdadera fiebre por la aceleración de la producción, comercialización y exportación del hidrógeno “verde” o libre de emisiones, como “nuevo energético”. Este interés está marcado por las necesidades y compromisos de descarbonización de países del Norte Global; y la urgencia de proveer un sustituto de los combustibles fósiles allí donde la electrificación no sea posible o suficiente, como sucede con el transporte de carga y la industria metalúrgica. Así, el hidrógeno se promociona con todo tipo de frases esperanzadoras, como “el combustible del futuro” o “la pieza faltante de la descarbonización”, prometiendo dar respuesta a una necesidad crítica y todavía sin responder: la mantención de la actual sociedad industrializada y de alto consumo de energía y materiales sin el uso de combustibles fósiles.

Desde el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur consideramos que existen fundadas razones para sospechar del entusiasmo que atraviesan las élites políticas y económicas. Reproduciendo las históricas relaciones de subordinación económica y política entre el Norte y el Sur Global, las promesas y los acuerdos para la producción de hidrógeno están determinando cuáles serán los territorios de América Latina que albergarán la infraestructura energética – principalmente eólica y solar – necesaria para la producción y exportación del hidrógeno y sus derivados. A esto se agrega que la gran escala de la producción, considerando sus distintas fases (desalinización, electrólisis, almacenamiento y transporte), potencia el estrés ecológico en regiones históricamente afectadas por grandes intervenciones extractivas o, por el contrario, en regiones que aún conservan su alto valor ecosistémico. Antofagasta y Magallanes en Chile, La Guajira en Colombia, el istmo de Tehuantepec en México y la pequeña localidad de Tambores, en el norte de Uruguay, por citar algunos, son lugares donde se han proyectado los grandes complejos industriales destinados a la instalación de esta industria.

Pero también en África, por ejemplo Suráfrica y Namibia, se impulsan proyectos similares, configurando nuevamente un escenario en el que los países del Sur global van a competir entre sí para abastecer una demanda que ni siquiera está asegurada. En Alemania, uno de los países del Norte Global que empuja con fuerza estos proyectos, está lejos de estar saldado el debate sobre qué industrias efectivamente comprarán cuánto hidrógeno y cuál es el mejor diseño para su cadena global de producción, dados los altos riesgos y costos asociados a su transporte.

Considerando la grave crisis ecológica, climática, económica y política en curso, los esfuerzos de la transición energética deberían orientarse tanto a la reparación de territorios y comunidades afectadas, como a la protección de los socioecosistemas. Asimismo, la construcción de infraestructura solar y eólica debería estar al servicio de una agenda descentralizada y democrática de transición energética, que priorice el abastecimiento de los hogares, los hospitales y centros educativos, en armonía con los usos de la tierra propios de quienes habitan y resguardan los territorios. Pero los megaproyectos de hidrógeno “verde” o “libre de emisiones”, pese a su publicidad como alternativa energética, parecen ir en la dirección opuesta. De hecho, las comunidades de los territorios priorizados para su producción ya están expuestas a una avalancha de iniciativas que buscan obtener su consentimiento “informado”, iniciativas que segmentan la presentación de proyectos y no proporcionan claridad sobre los alcances, costos y beneficios de la industria, reproduciendo de este modo las mismas prácticas nefastas de los megaproyectos fósiles.

La necesidad de descarbonizar no debe convertirse en una excusa para perpetuar las relaciones de subordinación y dependencia dentro y entre países, destinando territorios y comunidades a convertirse en canteras energéticas. Tal como se ha presentado en las estrategias y hojas de ruta nacionales, la promoción del hidrógeno está más orientada a satisfacer las demandas del mercado energético global y del modo de vida imperial en los grandes centros de producción y consumo, antes que las necesidades de las comunidades y territorios del Sur global donde se instalan, tal como ha sucedido históricamente con la industria fósil.

Desde el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur consideramos que priorizar el hidrógeno verde como nueva commodity significa dejar una vez más de lado las urgentes agendas de una transición energética justa y popular, que buscan promover el derecho a la energía y proteger los sistemas socioecológicos. Para los países del Sur global, y muy particularmente para América Latina, cumplir con las metas de producción y comercialización de hidrógeno a gran escala supone aceptar la posibilidad de crear nuevas zonas de sacrificio – ahora “verde” – en aras del mismo modelo económico energívoro responsable de esta crisis. Lejos de ser una alternativa superadora, estamos nuevamente ante falsas soluciones a la crisis socioecológica, que impulsan una lógica neocolonial y exacerban estrategias de concentración económica y social propia del paradigma fósil.

Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur

 

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Foto Crédito: Dalcahue, Isla Grande de Chiloé. Yassir Saa @saayassir

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