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No al mandato de rentabilidad en la política ambiental. Sí al cuidado de la vida en sus expresiones diversas

Tras dos semanas de discusiones, la COP16, o la cumbre de biodiversidad de las Naciones Unidas, intentó avanzar en Cali, Colombia, acuerdos sobre los planes de biodiversidad de cada país, sus fuentes de financiación y sus mecanismos de monitoreo. Su base fue el Marco Mundial Kunming-Montreal, adoptado en la COP15 en 2022, con el objetivo de detener y revertir la pérdida global de biodiversidad. El gobierno de Colombia fue uno de solamente 35 países que llegaron a la COP listos para presentar sus planes en el encuentro y a la sociedad civil, mientras 195 países debían hacerlo, sin quórum para un acuerdo.

 

La pérdida acelerada de biodiversidad que presenciamos hoy en día constituye la sexta gran extinción, esta vez causada exclusivamente por actividades humanas. Sin embargo, el umbral duro que distingue hoy en la política ambiental global lo «viable» de lo «imposible», lo que orienta las decisiones, no es la eficacia ecológica o política de una medida, sino su rentabilidad. Respecto de los mercados de biodiversidad, muchos de los grandes protagonistas del capitalismo globalizado formulan expectativas de ganancias enormes.

 

Como consecuencia, en Cali, numerosos bancos, corporaciones de minería, de tecnología y del agronegocio ocuparon espacios importantes, sobre todo en la Zona Azul, donde los ejes de negociación siguieron fuertemente enfocados en soluciones falsas de mercado y oportunidades de lucro y renovación del capitalismo colocando a la naturaleza como mercancía. a normalización de trampas como los «canjes de deuda por naturaleza», las «soluciones basadas en la naturaleza», y la fe ciega en tecnologías mágicas y la innovación proponen convertir nuestros ecosistemas en mercancía y nuestras comunidades en proveedores de servicios, emprendedores o accionistas para que sean dignos de protección. Estrategias que, como se ha demostrado en décadas de mercados de carbono, para supuestamente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que sin embargo siguen aumentando, están condenadas a fracasar en cuanto a sus efectos ambientales.

 

El Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur llama a la reflexión sobre el sentido de construir la «paz con la naturaleza» en Colombia y en nuestros territorios, así como sobre la necesidad de nombrar y proponer alternativas a los mecanismos capitalistas de valoración de la biodiversidad. Se hace imprescindible que las grandes economías del Norte Global cumplan con sus responsabilidades históricas de reparación ambiental, climática y colonial, y se promuevan acciones de cuidado y restauración de la biodiversidad junto a políticas eficaces de enfrentamiento al cambio climático, bajo los principios que hemos defendido para una transición ecosocial justa, de los pueblos, desde el Sur. 

 

Una visita al territorio: ¡por la liberación del río Cauca y los territorios de su Cuenca!

 

Entre el 18 y 21 de noviembre, nuestra delegación del Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur optó por llevar la COP a los territorios y conversar con aquellas personas que en su día a día defienden y regeneran la biodiversidad en la cuenca del río Cauca.

El río Cauca no solo ha sido declarado jurídicamente sujeto de derechos, sino también víctima del conflicto armado, lo que significa que tiene acceso a los derechos de verdad, justicia, reparación integral y garantías de no-repetición. Las comunidades negras, indígenas y campesinas que la habitan consideran que no se pueden realizar más proyectos extractivistas sobre la cuenca del río Cauca, ya que estos han llevado al incremento de conflictos sociales, ambientales y armados en los territorios. Estos proyectos han acaparado tierras y aguas para su crecimiento económico, sacándoles la vida para luego depositar sus muertes y basuras en estos espacios de vida. El resultado ha sido la mortalidad masiva de peces, la desaparición de aves y animales, la desaparición de quebradas y nacimientos de agua y el asesinato y el destierro de defensores y defensoras del territorio y el ambiente.

Queremos enfatizar la afectación generada en el departamento del Cauca por parte de la hidroeléctrica La Salvajada/Salvajina, construida sobre la muerte y el desplazamiento de cientos de familias; la presencia de la multinacional Cartón de Colombia – Smurfit Kappa, que no respeta las rondas hídricas, destruye la biodiversidad, tiene responsabilidad directa en los asesinatos de los comuneros Juvencio y Huber y mientras tanto participa con sus monocultivos de pino y eucalipto en esquemas de bonos de CO2 y se presenta como una empresa sostenible; la minería legal y criminal de oro, que en estos últimos meses ha vuelto a aparecer con mucha fuerza a raíz de la crisis de la coca y el incremento del precio del oro; los monocultivos del aguacate Hass, que ejercen una nueva presión sobre los nacimientos y fuentes de agua; y el monocultivo de la caña de azúcar, que con sus quemas y agrotóxicos ha destruido la biodiversidad y ha acaparado tierras y aguas en el Norte del departamento. Todas estas dinámicas extractivas en los territorios tienen en común las profundas raíces coloniales en cuanto a la propiedad de la tierra y la distribución de capital, además de ser factores que incrementan la confrontación armada en los territorios y generan nuevas tensiones sociales entre procesos organizativos.

El río Cauca era fuente de vida mucho antes de que la sentencia T-038 de 2019 lo reconociera como sujeto de derechos. Es clave ampliar la voz de comunidades, organizaciones, víctimas y personas del Alto Cauca en la implementación de la sentencia para poder reestablecer los derechos en todo el río y buscar los caminos para desmontar los extractivismos que lo represan y contaminan, impidiendo el ciclo vital del mismo, y restaurar sus ciclos propios para que pueda fluir libremente. 

¿Cómo pensar una política que priorice la vida y los cuidados en torno a la biodiversidad?

El concepto mismo de conservación – en la medida en la que sugiere una naturaleza prístina e intocada – tiene varios elementos no sólo complejos, sino preocupantes que constituyen una amenaza directa sobre la pervivencia y autonomía de muchas comunidades, desconociendo sus apuestas y propuestas de vida. La nuestra es una naturaleza ya dañada por las actividades económicas depredadoras. En lugar de “conservarla”, proponemos escuchar a la naturaleza, respetar su autonomía y  sus límites, como en cualquier relación que tuviéramos con otro ser. Es reconocerle como ser,  entendiendo y asumiendo una relación de interdependencia en la que hay observación, presencia, escucha, cuidado.

Posiblemente no hayan entendimientos totales,  que haya conflictos, pero podemos construir una convivencia en base al cuidado mutuo.

Al reconocer algunos territorios como estratégicos para la conservación y otros no, se pueden generar nuevas tensiones territoriales dentro y entre comunidades, incrementando los conflictos interétnicos e interculturales. En territorios como el Cauca, caracterizado por la presencia de múltiples actores armados, falta de acciones estructurales desde el Estado que cambien las dinámicas sistémicas de empobrecimiento, tensiones entre comunidades y dentro de comunidades  por el acceso a la tierra y a  recursos económicos, una nueva fuente de recursos económicos  puede llegar a  convertirse en nuevo botín de guerra y una nueva fuente de múltiples conflictividades.

Existe un amplio consenso sobre el papel fundamental de los pueblos indígenas, los pastoralistas, los pescadores artesanales, los campesinos y las comunidades afrodescendientes en la conservación eficaz de la biodiversidad. En este sentido, celebramos el reconocimiento de los pueblos afrodescendientes en el convenio de Diversidad Biológica logrado en Cali – al tiempo que celebramos también la primera Política Nacional de Agroecología de Colombia, que fue construida desde comunidades rurales, indígenas, campesinas y afrodescendientes. La mayoría de estos grupos han vivido en reciprocidad con ecosistemas de gran biodiversidad y los han cuidado activamente durante miles de años, prácticamente sin dinero ni medios de intercambio similares, debido a sus modos de vida basados en la caza, recolección y agricultura a pequeña escala en lugares rotativos. Esta capacidad extraordinaria se fundamenta en una comprensión filosófica distinta de la relación entre sociedad y naturaleza, que ubica a los humanos como parte interdependiente de su entorno. Es significativo que, aunque en su mayoría no están completamente desconectados del capitalismo o fuera de él, estos pueblos no viven «para» el capitalismo, no están sometidos a los imperativos de la acumulación. Hoy en día, el dinero sigue sin ser central en su reproducción, a pesar de que contribuye a ésta en una medida cada vez mayor. Esto se debe a la bioprecariedad que resulta de las múltiples arremetidas del mundo capitalista sobre sus territorios.

Por contraste, la lógica del “destruyo aquí – compenso en otra parte”, que predomina hoy en día en la gobernanza ambiental, se viene imponiendo a marchas forzadas, donde el que paga se queda con el derecho a contaminar. Es la misma lógica que se viene aplicando  a nivel global con los créditos de carbono, los créditos de biodiversidad y el pago de servicios ambientales, que también caracteriza la política de las Corporaciones Autónomas Regionales, instituciones de política ambiental descentralizadas de Colombia.

 

Es imperativo que la sociedad organizada y los movimientos ecologistas no se limiten a delegar la protección de la red de la vida a los espacios de la ONU, las empresas y los bancos. Más allá del trabajo de defensa, la acción a múltiples escalas está a la orden del día, comenzando a nivel territorial y en nuestras subjetividades, para construir barreras contra las imposiciones  de la rentabilidad. Se necesitan iniciativas de pueblo a pueblo que prefiguren cómo la justicia ambiental y las reparaciones climáticas pueden construirse y consolidarse en la práctica a través de los continentes, horizontalmente y en la perspectiva de un internacionalismo ecoterritorial, para mostrar vías efectivas de acción colectiva directa más allá del complejo escenario multilateral.

 

¿Qué entendemos por Paz con la naturaleza?

 

En el ejercicio de ampliar las miradas y horizontes biodiversos es necesario un Pacto, un pacto de no agresión, de reparación, de garantías de no repetición de las violencias ecoterritoriales que los territorios y vivientes atraviesan en su cotidianidad y que amenazan la posibilidad real de lograr la Paz con la Naturaleza. Una Paz en movimiento y transformación, que posibilite que todos y cada uno de los procesos de creación y recreación de la vida se manifiesten. Para ello debe cesar la guerra contra la vida, los genocidios, los terricidios y el despojo silencioso que criminaliza las resistencias al avance del capitalismo energivoro y mercantilizador. Las redes que sostienen la vida no tienen precio, no se pueden negociar.  En coherencia con ello, decimos No al mandato de rentabilidad que sostiene que la naturaleza debe ser explotada para nuestro beneficio.

 

Saludamos a los pueblos y comunidades que también enfrentan ese mandato en los marcos de la conferencia multilateral del clima, en la COP29 en Azerbaiyán y próximamente la COP30 en la ciudad de Belém en Brasil. Tras mucha lucha, la COP16 reconoció el papel esencial de los pueblos afrodescendientes para la biodiversidad. Sin embargo, también apuntó a los límites de los encuentros multilaterales, cuando los estados más ricos del mundo siguen imponiendo obstáculos a los propios acuerdos y resoluciones que dicen apoyar. Entendemos la importancia de poner cuerpo a los esfuerzos de la Cumbre de los Pueblos en ruta a la COP30, así como todos las demás iniciativas de resistencia y alternativa desde los pueblos que escapan a los calendarios de la ONU y organizaciones multilaterales que operan bajo el capitalismo y han fallado, una y otra vez, en la misión de frenar la devastación de la naturaleza y empujar transformaciones ecosociales verdaderas.

 

Es necesario un cambio a todos los niveles de la propia lógica que impulsa la política ambiental actual, que ponga en primer plano las visiones relacionales del mundo, el cuidado y la reciprocidad con la Naturaleza en lugar del impulso patriarcal y moderno de dominarla y destruirla.  Todo esto puede parecer difícil a primera vista. Pero cuando se trata de proteger la vida, ningún sacrificio, ningún reto puede ser exagerado.

El Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur

Cali, noviembre de 2024

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